TOLERANCIA CERO
Una de las sensaciones extrañas que tenía cuando era católico, se debía al uso del lenguaje. Cuando estaba en reuniones católicas tenía una incómoda y antinatural sensación de asepsia verbal. Ciertas palabras y expresiones no se decían y su ausencia creaba una atmósfera tan poco natural como la de un quirófano: útil para operar, pero inadecuada para vivir. La extrañeza me vendría, supongo, de que las palabras y expresiones ausentes en ese entorno, eran, para mí, normales en otro.
En mi instituto, como somos progres, se utiliza bastante el lenguaje políticamente correcto. Por ejemplo: no somos “profesores” sino “profesorado”; no son “alumnos” sino “alumnado”. Y no suena extraño que un profesor se refiera a los colegas del resto de España como los del resto del “territorio” (en su descargo, decir que da clases de geografía). A mí todo esto sí se me hace raro. Tan raro que no hablo así, creo.
El lenguaje políticamente correcto es un lenguaje consciente, creado para intentar corregir los valores inconscientes del lenguaje común. Convierte en razonadas acciones cotidianas y, por eso, confiere al discurso un carácter protésico. Parece que se estuviera caminando con muletas. Y a mí, particularmente, me transmite una sensación de quirófano, que me recuerda una época que dejé atrás sin la intención de retornar por otro sitio.
El lenguaje políticamente correcto, en su afán por alejarse de los presupuestos morales o políticos de las expresiones habituales, no deja sólo al descubierto aquellos prejuicios que pretende erradicar, sino que hace visibles los que propone.
“Profesorado” evita nombrar a profesores y profesoras y suspende las diferencias concretas de género, pero nos convierte en una abstracción, tipo el “episcopado” (donde nadie esperaría encontrar diferencia de género alguna). Esas abstracciones son entidades nuevas, que gozan de un valor superior al de las suma de sus partes e independiente de ellas. Como Gregorio Samsa se levantó una mañana convertido en otra cosa, así yo, profesor de a pie para mí mismo, soy “profesorado” para muchos de mis compañeros y formo con ellos una realidad etérea, como el globo que un niño llevara atado a una cuerda. Y ya he dicho “niño” y seguro que he metido la pata.
Hoy me intereso por “tolerancia cero”. Ha desaparecido la intolerancia, que nadie está dispuesto a predicarse. Ser intolerante está demasiado mal. Seremos todos tolerantes.
- ¿Ante todo?
- Sí.
- ¿Y ante lo que nos parezca mal?
- Tolerancia, pero muy poca cantidad.
- ¿Cero?
- Cero.
La expresión “tolerancia cero”, presupone la tolerancia y la cuantifica. Cuando éramos pequeños esto no podía hacerse porque existían los sustantivos abstractos. Ahora el mundo ha mejorado mucho, lo abstracto se ha hecho concreto (y lo concreto abstracto, para compensar), y ya no existe lo negativo, sólo la cantidad cero de lo positivo. La “tolerancia cero” es como el fundido en negro de la tolerancia. Vas quitando tolerancia y te quedas a oscuras. Tan a oscuras como en la intolerancia, pero sabiendo que ha sido por reducción de tolerancia, no por caída en el reverso tenebroso de la intolerancia.
“Tolerancia cero” nos habla de una fragilidad en quien lo dice, incapaz de mirarse en el espejo de su intolerancia. Y presagia injusticias bajo nombres falsos. Anticipo recelos ante expresiones como “igualdad”. Como dice Miguel Ángel Aguilar: atentos.
En mi instituto, como somos progres, se utiliza bastante el lenguaje políticamente correcto. Por ejemplo: no somos “profesores” sino “profesorado”; no son “alumnos” sino “alumnado”. Y no suena extraño que un profesor se refiera a los colegas del resto de España como los del resto del “territorio” (en su descargo, decir que da clases de geografía). A mí todo esto sí se me hace raro. Tan raro que no hablo así, creo.
El lenguaje políticamente correcto es un lenguaje consciente, creado para intentar corregir los valores inconscientes del lenguaje común. Convierte en razonadas acciones cotidianas y, por eso, confiere al discurso un carácter protésico. Parece que se estuviera caminando con muletas. Y a mí, particularmente, me transmite una sensación de quirófano, que me recuerda una época que dejé atrás sin la intención de retornar por otro sitio.
El lenguaje políticamente correcto, en su afán por alejarse de los presupuestos morales o políticos de las expresiones habituales, no deja sólo al descubierto aquellos prejuicios que pretende erradicar, sino que hace visibles los que propone.
“Profesorado” evita nombrar a profesores y profesoras y suspende las diferencias concretas de género, pero nos convierte en una abstracción, tipo el “episcopado” (donde nadie esperaría encontrar diferencia de género alguna). Esas abstracciones son entidades nuevas, que gozan de un valor superior al de las suma de sus partes e independiente de ellas. Como Gregorio Samsa se levantó una mañana convertido en otra cosa, así yo, profesor de a pie para mí mismo, soy “profesorado” para muchos de mis compañeros y formo con ellos una realidad etérea, como el globo que un niño llevara atado a una cuerda. Y ya he dicho “niño” y seguro que he metido la pata.
Hoy me intereso por “tolerancia cero”. Ha desaparecido la intolerancia, que nadie está dispuesto a predicarse. Ser intolerante está demasiado mal. Seremos todos tolerantes.
- ¿Ante todo?
- Sí.
- ¿Y ante lo que nos parezca mal?
- Tolerancia, pero muy poca cantidad.
- ¿Cero?
- Cero.
La expresión “tolerancia cero”, presupone la tolerancia y la cuantifica. Cuando éramos pequeños esto no podía hacerse porque existían los sustantivos abstractos. Ahora el mundo ha mejorado mucho, lo abstracto se ha hecho concreto (y lo concreto abstracto, para compensar), y ya no existe lo negativo, sólo la cantidad cero de lo positivo. La “tolerancia cero” es como el fundido en negro de la tolerancia. Vas quitando tolerancia y te quedas a oscuras. Tan a oscuras como en la intolerancia, pero sabiendo que ha sido por reducción de tolerancia, no por caída en el reverso tenebroso de la intolerancia.
“Tolerancia cero” nos habla de una fragilidad en quien lo dice, incapaz de mirarse en el espejo de su intolerancia. Y presagia injusticias bajo nombres falsos. Anticipo recelos ante expresiones como “igualdad”. Como dice Miguel Ángel Aguilar: atentos.
Comentarios
Ahora nadie comprendería expresiones como "¡que le den por el culo al Rushdie!".
El personaje más inverosímil en la televisión es el doctor House de cuatro, hasta su aspecto es políticamente incorrecto.
A. La tolerancia cero es la intolerancia infinita.
B. El denominado "lenguaje políticamente" esconde en realidad una ignorancia manifiesta. Las personas tienen sexo, las palabras tienen género. No hay violencia de género porque las palabras no agreden (no agrede el diccionario), sino quien las usa (que ese sí tiene sexo). Se traspone "gender" en lugar de traducirlo, y eso es abundar en la ignorancia.
C. La Universidad de Oviedo elaboró un "reglamento marco" (¿marco?) para que cada Departamento lo usase como base para redactar y aprobar su propio Reglamento de Régimen Interno. Tenía perlas del tipo "quien desempeñe el cargo de Rector", "la persona que ocupe la dirección", "Son miembros natos del Consejo: El Director o la Directora, el Subdirector o la Subdirectora o los Subdirectores, el Secretario o la Secretaria..."
Presenté una enmienda "de género", unánimemente aprobada, para hacer el texto inteligible. Somos matemáticos y sabemos lo que es el cero: ¡pues tolerancia cero con la ignorancia!
b.- El lenguaje políticamente correcto es, como bien dice Angel, hipócrita, pretende ocultar los prejuicios de hecho eliminándolos del lenguaje. En los 50, en USA, los retretes no ponían blancos y negros sino "white" y "coloured". Una corrección política de cojones.
c.- House me encanta. Es difícil imaginar un elemento menos correcto. "Usted tiene un parásito" "¿puede quitármelo?" "hasta dentro de un mes, luego es ilegal. Hay un problema, hay mujeres que le cogen cariño al parásito, le ponen nombre y hasta le compran zapatitos y ropa"
Los canarios y canarias, estamos de acuerdo con la comparación del quirófano:
¿las canarias? ¿con quién andas amore?
Bueno, la verdad es que me conoces y sí, sí estoy de acuerdo con la acertada comparación del quirófano.
2.Menos mal que abandonó el boicot a los números árabes porque con la cantidad de gente que arrastra con ese su magnetismo personal las empleadas del Carrefour hubieran necesitado apoyo psicológico.
3.Gracias por los piropos que me dedicastéis ayer pero la mía era una disculpa pero menos (ahí también había retranca y nuestro santo patrón --Ángel, me refiero a ti-- lo sabe).
4.Fanny (diosmelibre de inmiscuirme en vuestra relación, no quiero quitar competencias a las nunca suficientemente valoradas suegras) pero supongo que tu medio naranjo estaba poniéndonos un ejemplo de lenguaje estúpidamente correcto.
A Pablo: aprovecho la ocasión para preguntar: si la tolerancia infinita es la tolerancia cero ¿qué tipo de tolerancia/intolerancia sería aquella que utiliza valores negativos para su medición?
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Una de polvos
Cristo Hernández
El Servicio Canario de Salud (SCS) quiere prohibir los polvos del doctor Meléndez porque tiene enganchadas a más de siete mil personas a un fármaco que, al parecer, cura la diabetes, el alzheimer y el cáncer (no sabemos si todo al mismo tiempo o por separado). A mí me parece que el doctor Meléndez, como bioquímico talludito que es, sabrá qué polvos se trae entre manos y de qué están hechos sus Factor 1 y Factor 2 (dos aminoácidos: Glicina y L-Aspártico) y ni qué decir tenemos de esos siete mil cobayas que están saltando en una pata porque al fin alguien ha descubierto un remedio para las tres grandes plagas del siglo XXI. Me imagino que esa basca de los siete mil son todos ellos personas mayores de edad, con conocimiento de causa (también alguno habrá que sólo lo haga por probar), necesitadas algunas de un nuevo milagro médico, y que el doctor Meléndez les habrá leído la cartilla antes de endosarles este aminoácido tratamiento que incluye una dieta baja en hidratos de carbono. Vamos, lo de siempre: fuera el pan y las papas. Lo que tendría que hacer el SCS es buscar a los siete mil, sondearlos (ponerles una sonda) y revisar su historial médico a ver si se han curado de alguna enfermedad degenerativa y, de paso, poner un poco de orden informativo en este caos de barbitúricos, enseñando al populacho un poco de química elemental antes de que alguien le cuelgue la bandera danesa al doctor Meléndez. Lo que ocurre en este affaire de los polvos mágicos es lo de siempre: que en cuanto alguien se empieza a construir el chalet de lujo ya es sospechoso de algo, aunque ese alguien sea bioquímico titulado con todas las de la ley y haya puesto el laboratorio en su propia casa para no levantarse todos los días temprano para ir al curro. Por otro lado, Sanidad ha detectado una reacción adversa a los polvos en uno de los Siete Mil del doctor Meléndez, tal vez no se trate más que de una diarrea típica (o tópica), yo mismo me descomí como un bendito la semana pasada por una sobredosis de propalgina. Todos sabemos que el cuerpo necesita, cada cierto tiempo, de un desahogo para tanto frasco y a veces el virus, cuando se le maltrata, opta por mandarse a mudar cogiendo la 015 del intestino grueso. Yo no lo conozco de nada, pero a mí el señor Meléndez me parece un tío muy serio, de barba y bigote, con su bata blanca y reluciente como esos polvos mágicos que receta. Lo que pasa es que hay mucho envidioso en esos foros consagrados a Esculapio que no soporta no tener su propia corte de los Siete Mil, su chalet de lujo y a un abogado que los defienda como don Eligio Hernández, que está mucho más lozano desde que dejó la política y empezó a tomar los polvos del doctor Meléndez.
En vez de "islas menores", "islas no capitalinas".
En vez de "la situación actual es una mierda", "disponemos de una gran capacidad de mejora".
En vez de "la gente no tiene ni puta idea", "creemos que la formación es un elemento esencial en estos momentos".
"Positivo, positivo, tú muy negativo".
Por cierto, Capello parece que quiere volver al Madrid, porque ha dicho que añora el orden y la creatividad que tenía España con Franco.
65- Nadie quiere renunciar a los valores occidentales ni a los pingües beneficios que nos suponen.
66- No soy cajera del Carrefour.
67- Los valores y las acciones sólo son sinónimos en la cuenta bursátil de Carlos Geijo. Suben o bajan a la vez (acompañados de su estado de ánimo).
68- Que alguien proponga a Mr Herman Tersh que envíe a su hijo a la guerra (al estilo Bowling for Columbine) porque el tío está caliente. Al menos ve al asunto un aspecto positivo: ha quedado claro, para los que no entendieron lo del eje del mal, quienes somos los buenos y quienes son los malos.
69- Me abono a éste punto por ser Cero políticamente correcto.
Oliver Roy: análisis político y geoestratégico de la crisis de los cojones de Mahoma.
¿Tendrá que ver algo el petróleo con todo ésto?. Ellos lo tienen y nosotros lo queremos.
¿Qué tal una aclarción de lo del final?
Tampoco, como he dicho alguna vez, comprendo a los bereberes, "los míticos hombres azules del desierto, combaten la escasez de agua ingiriendo sal y el calor abrigándose con varias capas de ropa"...joder, así les ha ido. No se extrañen de no haber llegado al aire acondicionado.
Faltan mujeres en este blog. ¿Será que los ordenadores de cada casa no son gananciales? ¿Dónde mora la santa de Heptafon, la de Romerales, la de don't? ¿Y las madres? Yo las invoco, ¡manifiéstense!
apellidos, como tú, como yo, como todos. Da igual que sus historias sean reales o inventadas: son creíbles. Y son muy tristes. Y están aquí al lado.
Hace unos días acudí a un acto del Foro Cívico de Asturias. Proyectaban un documental de Ignacio Arteta que protagonizan diversos familiares de víctimas de ETA. Después de la proyección hubo un coloquio con el propio Arteta y con Maite Pagazaurtundua. Dijo que uno de los cambios sustanciales que ha habido en el País Vasco ha sido el hecho de que los familiares de las víctimas se atrevieran a salir a la calle, que se hicieran visibles y que se hicieran pesados de tanto manifestarse. ¡Que desfachatez la de estos familiares! ¿Por qué no se quedan en sus casas, con su tristeza, como hicieron siempre? ¿No se dan cuenta de lo que incomoda su presencia?
A los que sufren les reprochamos que nos aburren con su tristeza.
PD: No es que me guste especialmente R. Montero.
hijas (sobre los dos y tres años) distinguen al hablar entre niños/niñas, papás/mamás y similares: si uno dice 'Esto es para niños', siempre preguntan '¿Y para niñas?'. Supongo que es cosa de la edad -lo hemos observado también en otros niños- porque como sea influencia de la escuela los van acabar volviendo gilipollas/gilipollos.
Yo creo que esto es un sarampión que terminará por pasar de puritito artificial nomás, como esas palabras y expresiones que se ponen de moda (climatología, tema, absolutamente (dedicado a Gabilondo), la práctica totalidad, en base a, para nada y demás) y que mucha gente utiliza por mimetismo con lo que oye en la radio y en la televisión a personas en algunos casos cultivadas pero descuidadas en este campo. Yo he hecho mi particular boicot: en clase siempre utilizo el clásico lección, lo de tema lo dejo para las canciones de Bisbal.
¿Contiente vs contenido?
¿Continente vs contenido?
- ¿Dónde y con qué dinero compran los aguerridos manifestantantes musulmanes las banderas que queman?.
- ¿Se están forrando los fabricantes de las idems?
- Charlie Hebdo:
¿La gota que colmó el vaso?
-
Las preguntas de Fanny son mejores que las de Miguel Ángel Aguilar en Hoy por Hoy.
El artículo de hoy es muy bueno.
Cada vez que lo leo me gusta más.
Señaladamente los párrafos 1º, 3º. 4º ,6º y la primera frase del 7º.
((Es que no lo puedo evitar:
¿“Tolerancia cero” nos habla de una fragilidad en quien lo dice o de un pedazo de morro que se lo pisa?))
Ventura: la verdad es que de M. Souza sólo sé que afirma tener una talla 110 y conocer el idioma de Moliere. Pero de eso no se me ocurre deducir nada.
Pablo: El problema de Rosa Montero no son las buenas intenciones sino la imposibilidad de escribir un final que no se presuponga desde el principio.
Ana: no tengo nada que decir.