soliloquios

Nuestros ídolos se comportan como niños y lanzan mensajes que no entendemos. Los futbolistas brasileños del Real Madrid celebran sus goles haciendo el bobo. Y son cuatro brasileños, y fueron, ayer, cuatro goles. El futbolista del Atlético de Madrid, llamado, exageradamente, “Niño” Torres*, al marcar, reprodujo gestos de honda tradición en la India, tapándose los oídos y sacando la lengua. La radio comenta estas cosas y entrevista a los implicados. Todos nos convertimos en exégetas de su inmadurez. Creo que a muchos españoles les pasa lo mismo con Zapatero: les parece que no habla claro, que es un poco crio para las cosas que tiene por delante. *(con el problema que recalcar la juventud supone, por la dificultad de elegir el momento en el que aceptar el salto a una edad mayor, y por el riesgo de que el nombre tire hacia abajo de su portador, como es fácilmente visible en el caso de Ramoncín)

Mi padre me preguntó que qué pensaba de Zapatero. Lo considero relevante. Las familias ya no hablan de política. Sobre todo cuando saben que son de emisoras de radio diferentes. Cada uno se aísla bajo su antena confundiéndola con un paraguas. Así que si un padre le pregunta a un hijo de distinta ideología sobre el Presidente del Gobierno puede haber dos razones: que crea que ya ha llegado el tiempo de la coincidencia o que considere la situación tan apremiante que salga rentable aceptar las inconveniencias de un debate. No puedo decir en cuál de las dos posiciones está mi padre. De lo que estoy seguro es de que la causa próxima de su pregunta era el Estatuto de Cataluña: o bien el Estatuto de Cataluña asusta tanto que comentarlo es obligatorio, o bien el Estatuto de Cataluña ofende tanto que se supone que quien lo tolera (Zapatero) es objeto ya de un descrédito inapelable y, por lo tanto, común. Mi padre me preguntó por Zapatero. ¿Puede ser un síntoma? Creo que sí. El Estatuto de Ca