soliloquios

“Todo el mundo pensaba que en Irak había armas de destrucción masiva, y no había armas de destrucción masiva. Eso lo sabe todo el mundo y yo también lo sé. Ahora. Yo lo sé ahora. Tengo la problema de no haber sido tan listo de haberlo sabido antes. Pero es que, cuando yo no lo sabía (aplausos y silencio), cuando yo no lo sabía, pues nadie lo sabía. Todo el mundo creía que las había, ¿sabes?” - No, José Mari, no sé. ¿Quieres decirnos que no habiendo tenido tú la razón no la podía haber tenido nadie? José Mari, los demás ¿no existimos? No existimos ¿todavía? Porque no existimos entonces, pero ¿ahora tampoco? Cuando tú no sabías, yo ya sabía. Y, como soy alguien, va a ser mentira que “nadie” lo sabía. Soy de los listos que sabían antes de ahora y se acuerdan de que no todo el mundo pensaba lo que, contra todo el mundo (y se incluyen ministros franceses de asuntos exteriores, embajadores chilenos, diplomáticos suecos y egipcios…), sólo pregonabais cuatro (pero especialmente tres). Jos

Lo que hay en el coche fúnebre es una persona muerta. Así que todas esas cámaras sólo pueden registrar lo mismo. Por lo tanto, no hay tantas cámaras por las posibilidades del tema. Hay tantas cámaras por una necesidad de las cámaras. La multitud de ojos construye el interés del asunto, que es ninguno. El asunto no tiene otro interés que la existencia de muchas cámaras enfocando a nada. (En ese sentido, el fotógrafo de esta foto, que se llama Claudio Álvarez, es el único que ha entendido de qué se trata). Detrás, en sus casas, hay un público vacio que ansía no saber. Y es mucho público porque da de comer a muchas cámaras. En el canal en el que yo me enteré, informaban con imágenes de cuando la muerta estaba viva. Una cámara seguía a una muchacha muy delgada. Una voz le hacía preguntas. La chica avanzaba sin contestar, ni maldecir, ni poner caras, ni viva ni muerta, animal de laboratorio de las miserables sobremesas de España.