IÑAKI BILBAO
En el juicio del pasado jueves en la Audiencia Nacional, el etarra Iñaki Bilbao salió del toril queriendo saltar la barrera. A despecho de las ansias que acumulaba, nadie le esperaba a puerta gayola, sólo el cristal de la pecera cúbica dentro de la que se juzga a los etarras. El sr. Bilbao ya conocía el entorno y no se dio de bruces contra la barrera transparente. Se detuvo antes y golpeó el cristal antibalas con la mano. El espectáculo, hasta este punto, transmitía la desazón de contemplar a un ejemplar de la propia especie en un acuario, como si fuera un pez martillo. No creo necesario haber leído a Kafka para compadecerse de quien se enfrenta a la máquina de la justicia con su humanidad encorsetada por los procedimientos, hasta el punto de obligársele a respirar el aire distinto, cerrado, de una jaula de cristal. A partir de ese momento, las cosas cambiaron porque el etarra sr. Bilbao tomó la palabra y, al hacerlo, humanizó la situación, a su manera. Hablando dejó de ser el bicho