LEONOR
Ha nacido una niña en España que ocupa todas las portadas, en España. Es una niña especial, porque es hija de Doña Letizia, a quien su sofisticada condición ha impuesto prudencia en el momento del parto (cesárea): el vecino de arriba ni se ha enterado. Le Monde (muy activo, por ejemplo, el 13 de marzo de 2004), no dice ni mu en su portada digital.
El lugar que el mundo le tiene reservado a Leonor está muy condicionado por lo que ha hecho su abuelo. Es, en esto, una niña muy normal. Acabo de leer “Los girasoles ciegos”, de Alberto Méndez, autor desconocido, sin más obra, que a los 63 años publicó esto y se murió. Los premios de la Crítica y el Nacional de Narrativa 2005 han sido póstumos. Es un libro breve, compuesto por cuatro cuentos entrelazados, que cuenta historias del fin de la guerra civil. Historias que le podían haber pasado a mis abuelos. A quienes les pasaron otras, de las que yo soy, como Leonor, heredero.
Cuando Ángel y yo nos acercábamos a la barra del bar Mansilla, a pedir una café en vaso, para quitarnos el frío de nuestra ciudad heladora, Julio, el camarero, nos miraba viendo a nuestros abuelos: el de Ángel había perdido la guerra, el mío la había ganado. El abuelo de Ángel era ferroviario y a Julio le gustaban los trenes.
Nunca sabremos lo que hicieron nuestros abuelos. Sus historias nos quedan tan lejos como a ellos las nuestras.
Sin embargo, la gente cuenta cosas. No tienen porqué ser ciertas. Voy a decir algo a favor del abuelo de Leonor y de paso voy a volver al tema de este blog, que es la política.
Vicenç Navarro, del que tanto hemos aprendido, en la columna de Opinión de EL PAIS el jueves 27 de octubre, decía:
“Esta negación de la especificidad catalana ha sido una constante en el Estado español como se demostró, una vez más, cuando inmediatamente después del fallido golpe de Estado de 1981 el Monarca, Jefe del Estado español (sensible a las demandas del ejército y otras fuerzas conservadoras) convocó en su despacho a todas las fuerzas con representación parlamentaria en las Cortes Españolas, excepto a los nacionalistas catalanes y vascos, mostrando en esta exclusión una escasa sensibilidad democrática.”
Por una casualidad de la vida, estaba yo ojeando una revista de historia, esa misma mañana, antes de leer el artículo. Y puedo garantizar que en una foto de Gustavo Catalán Deus del 24 de febrero de 1981, aparecen, formando un círculo, las siguientes personas: Juan Carlos I, rey (en sillón), Xavier Arzalluz, del PNV (en silla), Manuel Fraga, de Coalición Democrática (en silla), Landelino Lavilla Alsina, de UCD, (en silla), Adolfo Suárez, presidente saliente (en silla), Felipe González, del PSOE (en silla), Santiago Carrillo, del PCE (en silla), Miguel Roca, de CiU (en silla) Y Leopoldo Calvo Sotelo, presidente (en sillón idéntico al del rey).
He repasado el parlamento de la época, por detrás de estos estaban el partido andalucista, con cinco diputados, HB, con tres y luego varios con uno. Vicenç Navarro, abuelo de otros, en esto no tenía razón.
El lugar que el mundo le tiene reservado a Leonor está muy condicionado por lo que ha hecho su abuelo. Es, en esto, una niña muy normal. Acabo de leer “Los girasoles ciegos”, de Alberto Méndez, autor desconocido, sin más obra, que a los 63 años publicó esto y se murió. Los premios de la Crítica y el Nacional de Narrativa 2005 han sido póstumos. Es un libro breve, compuesto por cuatro cuentos entrelazados, que cuenta historias del fin de la guerra civil. Historias que le podían haber pasado a mis abuelos. A quienes les pasaron otras, de las que yo soy, como Leonor, heredero.
Cuando Ángel y yo nos acercábamos a la barra del bar Mansilla, a pedir una café en vaso, para quitarnos el frío de nuestra ciudad heladora, Julio, el camarero, nos miraba viendo a nuestros abuelos: el de Ángel había perdido la guerra, el mío la había ganado. El abuelo de Ángel era ferroviario y a Julio le gustaban los trenes.
Nunca sabremos lo que hicieron nuestros abuelos. Sus historias nos quedan tan lejos como a ellos las nuestras.
Sin embargo, la gente cuenta cosas. No tienen porqué ser ciertas. Voy a decir algo a favor del abuelo de Leonor y de paso voy a volver al tema de este blog, que es la política.
Vicenç Navarro, del que tanto hemos aprendido, en la columna de Opinión de EL PAIS el jueves 27 de octubre, decía:
“Esta negación de la especificidad catalana ha sido una constante en el Estado español como se demostró, una vez más, cuando inmediatamente después del fallido golpe de Estado de 1981 el Monarca, Jefe del Estado español (sensible a las demandas del ejército y otras fuerzas conservadoras) convocó en su despacho a todas las fuerzas con representación parlamentaria en las Cortes Españolas, excepto a los nacionalistas catalanes y vascos, mostrando en esta exclusión una escasa sensibilidad democrática.”
Por una casualidad de la vida, estaba yo ojeando una revista de historia, esa misma mañana, antes de leer el artículo. Y puedo garantizar que en una foto de Gustavo Catalán Deus del 24 de febrero de 1981, aparecen, formando un círculo, las siguientes personas: Juan Carlos I, rey (en sillón), Xavier Arzalluz, del PNV (en silla), Manuel Fraga, de Coalición Democrática (en silla), Landelino Lavilla Alsina, de UCD, (en silla), Adolfo Suárez, presidente saliente (en silla), Felipe González, del PSOE (en silla), Santiago Carrillo, del PCE (en silla), Miguel Roca, de CiU (en silla) Y Leopoldo Calvo Sotelo, presidente (en sillón idéntico al del rey).
He repasado el parlamento de la época, por detrás de estos estaban el partido andalucista, con cinco diputados, HB, con tres y luego varios con uno. Vicenç Navarro, abuelo de otros, en esto no tenía razón.
Comentarios
Yo no pude reprimirme y le pregunté por qué no había arrojado Franco al mar (un accidente, lo tenía fácil). El me respondió que no podía, no podía porque se habían hecho amigos…
A veces me pregunto lo que el Rey (el de España hoy) debía de estar pensando en sus paseos con Franco. Es un misterio que deseo permanezca como misterio. Tantos y tantos años a su sombra, educado para…
Lo que le da un punto a favor, entre otros, es el llevarse mal con Aznar.
PS: En el bar de Julio se podía tomar también el “manchado”, que era un vino blanco rociado con unas gotas de vermú rojo. El paraíso.