CARNE
La gran fuerza perdida del cristianismo, sólo existente hoy en las películas de ese nuevo San Juan escandinavo que es Lars Von Trier, es la de su relación con la carne. En contra de lo que podía creer el sensato Juliano apóstata, hay potencia en un Dios humano. Está en lo humano. La Iglesia cosificó esa potencia y acabó por usarla sólo en las procesiones sadomaso de primavera (entre gente que se oculta bajo cucuruchos) y en la lucha contra todo lo urogenital, incluyendo lo genético, cuando lo genético se separó de lo genital (en una probeta). La otra institución de poder que supo entender la fuerza de la carne fue la Monarquía. También ella sobrevive por el Hijo.
Ahora por la Hija.
Leonor es gordita y redonda afirma la Reina. Podríamos pensar que la clave está en “Reina”. La clave está en “gordita”, porque gordita es carne. Hay una realidad irrebatible en la carne humana y no hay que ser el marqués de Sade para aceptarlo. Nace una niña gordita y redonda y se cambia una Constitución, hasta entonces rígida e inamovible, (cuando tenía bigote), o tan flexible e interpretable, (bajo el flequillo retráctil de Zapatero), que le cabía dentro, de golpe, toda una nación. ¿Por qué? Porque una nación no es carne, aunque algunos así lo quisieran. Una nación es una entelequia por la que se mata, pero es que una niña gordita y redonda, caga después de comer y eso es de una realidad que quien la conozca, la sabe.
Carne hay también en la magnífica "vida secreta de las palabras", de Isabel Coixet, donde unas cicatrices y unas quemaduras, se hacen, nunca mejor dicho, uña y carne.
Ahora por la Hija.
Leonor es gordita y redonda afirma la Reina. Podríamos pensar que la clave está en “Reina”. La clave está en “gordita”, porque gordita es carne. Hay una realidad irrebatible en la carne humana y no hay que ser el marqués de Sade para aceptarlo. Nace una niña gordita y redonda y se cambia una Constitución, hasta entonces rígida e inamovible, (cuando tenía bigote), o tan flexible e interpretable, (bajo el flequillo retráctil de Zapatero), que le cabía dentro, de golpe, toda una nación. ¿Por qué? Porque una nación no es carne, aunque algunos así lo quisieran. Una nación es una entelequia por la que se mata, pero es que una niña gordita y redonda, caga después de comer y eso es de una realidad que quien la conozca, la sabe.
Carne hay también en la magnífica "vida secreta de las palabras", de Isabel Coixet, donde unas cicatrices y unas quemaduras, se hacen, nunca mejor dicho, uña y carne.
Comentarios
Si lo fiamos todo a la potencia de la carne nos vuelve a salir el nazi que llevamos dentro.