LOS MUERTOS
Los muertos, mudos absolutos, hablan, locuaces, por boca de otros.
En la fachada de la Diputación Provincial de León, había colgado un cartel con un crespón y un número, y una alumna me preguntó qué era eso. Le conté que la cifra era la actualización del número de muertas del año por “violencia de género”. Sin decirle nada, giré la mirada hacía el otro lado de la plaza, donde está la Iglesia de San Marcelo, y recordé que en la parte de atrás, ahora limpia, durante toda mi infancia se podía leer una inscripción llena de nombres de “caídos por Dios y por España”. La contabilidad de cadáveres había cambiado de sujeto y de acera.
Como bien supo ver Goscinny, en España cuando nos ponemos serios hacemos procesiones. La exhibición del muerto propio, fascina y cohesiona. La política, al menos en España, y al menos desde hace 80 años, consiste en sumar para la causa al ejército de los muertos. Como en el Señor de los anillos, los muertos son la garantía para la victoria final.
El franquismo, que alcanzó el poder mediante una guerra civil, levantó incontables monumentos a sus muertos, convertidos así en el sustrato geológico de una realidad política que los que nacimos después no podíamos comprender.
La democracia, antifranquista en todo, tardó en enterarse de este poder de los muertos y hubo unos años en los que las víctimas del terrorismo se enterraban de modo vergonzante.
Aznar fue el primero que comprendió que las víctimas del terrorismo podían jugar a su favor, primero las del GAL y luego las de ETA. Con el rebufo de las primeras subió al poder, y sobre las segundas intentó mantenerse en aquel tiempo en que era imposible comenzar a hablar sin decir explícitamente que uno estaba en contra del terrorismo. Los más de 800 asesinados por ETA, durante 40 años, entre ellos unos cuantos destacados miembros del PSOE, una vez muertos, se hicieron de derechas.
A Aznar se le volvieron los muertos en contra el 11-M y sobre esa ola ascendió al poder Zapatero. Los asesinados por al qaeda, 190, cada uno de su padre y de su madre, se convirtieron en de izquierdas.
Y cuando el terrorismo cesó, en 2011, y sin relación alguna con eso llegó al poder Mariano Rajoy, aupado por el descontento con la crisis económica, entonces las izquierdas buscaron algo en lo que apoyarse y encontraron muertas nuevas.
El tiempo y su paso no dejan nada inalterado, tampoco la impaciencia e incomprensión que nos produce a los verdaderos demócratas todo esto, y su órdago mayor, que son los asesinatos de tantas mujeres al cabo del año, -cada año sin falta-, y que la sociedad no parece asumir como una realidad frente a la cual levantarse con la contundencia como lo ha hecho, por ejemplo, contra el otro terrorismo, me refiero al de ETA.
Carmen Calvo, El Pais, 10 de enero 2012
Pedro Sánchez llegó al liderato de su partido apoyado en los socialistas periféricos y en las socialistas feministas, dirigidas estas últimas por la visionaria Carmen Calvo que había anticipado años antes que esas asesinadas iban a llegar cada año sin falta, y llegó al gobierno apoyado por los nacionalistas e independentistas periféricos y por la izquierda feminista de Unidas Podemos.
El sector independentista del gobierno no puede aportar muerto alguno a su causa, y aunque son capaces de hacer maravillas con poco, su victimismo tiene como todo fundamento a unos presos que solo van a dormir a la cárcel los fines de semana. Al lado de eso, las feministas emergen como el poder real, porque aportan una contabilidad semanal de muertas, cada una suya de sí misma y de sus ideas y circunstancias, pero caídas todas del lado de la izquierda. Y por eso era impensable anular el 8-M.
Pues que se sepa que los muertos de esta enfermedad acabarán siendo de un bando. Ellos aún no lo saben, pero Iván Redondo sí.
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