UN PRONÓSTICO SOBRE LA ALARMA
Hoy, 18 de marzo de 2020, estoy en casa por la mañana, animoso, sano, escribiendo, porque el gobierno ha impuesto un Estado de Alarma que obliga, entre otras cosas, al confinamiento en casa y restringe de un modo tan radical los desplazamientos que, yo mismo, en tres días, solo pisé la calle ayer y por el tiempo justo para bajar la basura. Y los contenedores están enfrente del portal.
Igual que yo estoy en mi casa, está cada uno en la suya. Algunos mas cómodos, con terraza, con jardín o con piscina. Otros muchos, más incómodos, hacinados, sin luz o vistas y con menos recursos y esperanzas.
Una experiencia así, que incluso a mi me ha transformado, devolviéndome, por ejemplo a la escritura con pluma, cambiará otras muchas cosas porque aunque experiencias globales para una generación ha habido en otras ocasiones: el 23-F o el 11-S o el 11-M, todas ellas eran experiencias puntuales, hasta el punto de que han pasado a la historia como una fecha.
Esta vez se trata de una vivencia continuada, sostenida en el tiempo, en unas condiciones incómodas y atemorizantes (porque no se si sabe si nosotros mismos estaremos contagiados ni si lo estarán personas queridas con las que, por esta misma situación, no podemos estar en contacto) por presencia de un factor nuevo, global, invisible que se pasa de unos a otros sin que se sepa y que mata en número no continuado, rítmico, repetitivo, como la violencia de género, sino creciente. Exponencialmente creciente.
A ese enemigo se le ha dado una respuesta que, primero, es obligatoria (hasta el punto de que se impone mediante presión social y multas), siendo incomodísima, que, segundo, es estatal y se salta las instancias administrativas menores, y que, tercero, es familiar pues cada uno ha sido recluido a su casa, con los suyos.
Un poder único dispone y protege a tu familia, unida y atemorizada. Y la gente, no sólo ha aceptado este planteamiento sino que se ha creado un estado de opinión en el que está prohibido cuestionarlo (incluso por los mismos que hasta hace poco, cuatro días literalmente, pregonaban la legitimidad e incluso la necesidad de multiplicar los poderes y de establecer vínculos sociales basados en rasgos escogidos). Esta nueva idea, (un gobierno, una familia), sin embargo, tiene un poder mayor que esa otra (autodeterminación, autoidentidad) que se defendía antes. Porque se basa en una emoción más profunda: el miedo. Y porque goza, además, de una herramienta pedagógica muy potente a su favor: el repaso. Cada día se estudia el mismo tema, el de estar en casa con la familia porque lo manda el gobierno. Esta es una lección de la que nadie va a tener dudas, una que todo el mundo va a saberse de memoria.
Vienen años de valores tradicionales.
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