DÍA DEL TRABAJO
Ayer oí sonar una banda de gaitas y pensé: visita de los príncipes. Luego me acordé de que no podía ser porque acababa de nacer la niña.
Miré por la ventana y vi a la banda en formación, con sus trajes regionales. Detrás de las tres filas de cuatro gaiteros, marcaba el ritmo, con un tambor enorme (de esos que se sostienen en vertical), una mujer vestida de un negro riguroso, antiguo, pastoril. En fin, que la banda de gaiteros avanzaba muy seria, uniformada y marcial. Un poco detrás, cerrando la marcha, mirando a derecha y a izquierda, caminaba otra mujer, más baja, más gruesa, más indolente, tocada con una gorra roja de plástico y con una banderola apoyada sobre el hombro.
Esta mañana, durante el desayuno, oí en la radio el sonido de algunas de las manifestaciones de ayer. Los más radicales, en Gijón, cantaban sin la más mínima convicción:
-se va a acabar, se va a acabar
la dictadura empresarial.
Son los mismos que hace bien poco pedían inversiones. Con mucho más vigor.
Lo obvio es que el sindicalismo tiene que repensarse. Lo complejo es saber si estas formas principescas, bucólicas y regionales, serán de transición o, a falta de mejores respuestas, acabarán siendo la estética primordial (e irrenunciable) de los trabajadores, antes llamados clase obrera.
Miré por la ventana y vi a la banda en formación, con sus trajes regionales. Detrás de las tres filas de cuatro gaiteros, marcaba el ritmo, con un tambor enorme (de esos que se sostienen en vertical), una mujer vestida de un negro riguroso, antiguo, pastoril. En fin, que la banda de gaiteros avanzaba muy seria, uniformada y marcial. Un poco detrás, cerrando la marcha, mirando a derecha y a izquierda, caminaba otra mujer, más baja, más gruesa, más indolente, tocada con una gorra roja de plástico y con una banderola apoyada sobre el hombro.
Esta mañana, durante el desayuno, oí en la radio el sonido de algunas de las manifestaciones de ayer. Los más radicales, en Gijón, cantaban sin la más mínima convicción:
-se va a acabar, se va a acabar
la dictadura empresarial.
Son los mismos que hace bien poco pedían inversiones. Con mucho más vigor.
Lo obvio es que el sindicalismo tiene que repensarse. Lo complejo es saber si estas formas principescas, bucólicas y regionales, serán de transición o, a falta de mejores respuestas, acabarán siendo la estética primordial (e irrenunciable) de los trabajadores, antes llamados clase obrera.
Comentarios
Los sindicalistas que conocí en mi ámbito, eran personas que no se caracterizaban precisamente por hacer bien su trabajo, sino por saber cómo ensamblar los moscosos de la forma más adecuada.
Sin embargo parece ser que actualmente nos encontramos en un momento crítico, en el que se está reorganizando la economía mundial. Se privatizan empresas estatales y se fusionan entre sí. Las empresas de hoy en día las dirigen personajes como Bernard Arnault, que parecen alimentarse de puerros con poca cocción. Mientras, los de la barriga parecen no enterarse.
No obstante y moscosos aparte, me enternece aquellos que creen poder mejorar las cosas. Aunque sea el salario de sus representados.