AUGUSTO
Esta vez Pinochet ha llevado demasiado lejos sus tretas para que la justicia no le pille (para sustraerse a la acción de la justicia, como se dice en expresión acuñada). Creo, incluso, que este truco sea definitivo. Y sé que debería decir "me temo que será definitivo", pero no lo digo porque no lo temo. Es un truco suficientemente bueno para saciar mis expectativas.
El afán justiciero de una generación de españoles hacia Pinochet era insaciable. Durante un tiempo bastante largo pareció que el golpe de estado de Pinochet no había sido contra Allende, sino contra nosotros mismos, en plan afrenta personal.Contaré un secreto: el dictador español no era Pinochet, se llamaba Franco.
Cuando Pinochet dio su golpe yo tenía nueve años y me faltaban unos meses, exactamente tres, para desarrollar la conciencia política,lo cual ocurrió exactamente el 20 de diciembre de 1973, cuando mi madre me explicó que el que había saltado con su dodge hasta el patio de los jesuitas era el presidente de Gobierno, cargo inédito para mí, que creía en la autoridad directa de Franco a través de Don Venancio y quizá pasando por Doña Lola, la directora, que tenía despacho.
¿Cómo llegó Pinochet a ser el dictador personal de tantos españoles de mi generación? En parte por un fenómeno metonímico acaecido en noviembre del 75. El funeral de Franco en el valle de los caídos mostró a un Franco cadaver y a un Pinochet con capa y gafas, un tipo con una pinta tan asquerosa que atraía la mala
baba y consiguió arrastrarse la inquina que era absurdo dirigir hacia un muerto.
Así consiguió Pinochet ser el dictador real y vivo de los españoles jóvenes de entonces. Un dictador perfecto, porque estaba lejos y tenía esa cara.
Pinochet como metonimia nos lleva a lamentar ahora que se haya muerto antes de ser juzgado, sabedores, como somos, de que al nuestro de verdad no le vimos jamás dejando de juzgar.
PD. ¡Hoy hay foto en el fotoblog!
El afán justiciero de una generación de españoles hacia Pinochet era insaciable. Durante un tiempo bastante largo pareció que el golpe de estado de Pinochet no había sido contra Allende, sino contra nosotros mismos, en plan afrenta personal.Contaré un secreto: el dictador español no era Pinochet, se llamaba Franco.
Cuando Pinochet dio su golpe yo tenía nueve años y me faltaban unos meses, exactamente tres, para desarrollar la conciencia política,lo cual ocurrió exactamente el 20 de diciembre de 1973, cuando mi madre me explicó que el que había saltado con su dodge hasta el patio de los jesuitas era el presidente de Gobierno, cargo inédito para mí, que creía en la autoridad directa de Franco a través de Don Venancio y quizá pasando por Doña Lola, la directora, que tenía despacho.
¿Cómo llegó Pinochet a ser el dictador personal de tantos españoles de mi generación? En parte por un fenómeno metonímico acaecido en noviembre del 75. El funeral de Franco en el valle de los caídos mostró a un Franco cadaver y a un Pinochet con capa y gafas, un tipo con una pinta tan asquerosa que atraía la mala
baba y consiguió arrastrarse la inquina que era absurdo dirigir hacia un muerto.
Así consiguió Pinochet ser el dictador real y vivo de los españoles jóvenes de entonces. Un dictador perfecto, porque estaba lejos y tenía esa cara.
Pinochet como metonimia nos lleva a lamentar ahora que se haya muerto antes de ser juzgado, sabedores, como somos, de que al nuestro de verdad no le vimos jamás dejando de juzgar.
PD. ¡Hoy hay foto en el fotoblog!
Comentarios
La prensa brasileña persiste en lo de "ex". Y es que en este país es muy común deshacerse del muerto (ex-ladrón, ex-asesino, ex-fascista).
Todavía resuena en mis oidos esa frase procedente de D Venancio, intermediario entre la autoridad de Franco y la clase. Yo creía que la voladura del Dodge de la calle Serrano había sido en León, concretamente al lado de nuestro colegio, Ponce.
Pinocho, cabrón, púdrete en el infierno.
-Venga, Cuquín: una por Iñaki Bilbao, otra por Otegui, otra por...
-Mira, mira, mira, aquí viene la furgoneta cargada con explosivos. (Esta frase debe acompañarse de movimientos ondulatorios de cuchara, ruido de pedorreta y un sonoro final: ¡Buuuuuummmmmm!)