EL SOLDADO: LA MODA Y LA GUERRA
Enterado de la existencia de dos lectores, se lo comuniqué a Raquel, y yo son tres. Volvemos al día de la boda: los dos padrinos y mi mujer. Se ve que la ceremonia estuvo bien meditada. (Rafa lo comunicó descalzo, sobre una manta de cuadros y frente a una tortilla de patatas, en un prao en pendiente junto a un riachuelo de Babia; y Ángel ha vencido la distancia por la red).
No quiero convertirme en un comentarista de fotos pero esta me parece impresionante. Ese soldado israelí es un soldado israelí sólo por el contexto. El fondo le convierte en soldado. Si le hubieran recortado con photoshop, parecería sencillamente un joven extenuado, como aparecen tantos en la prensa de verano. Extenuado por llevar tres días bailando en Ibiza, o tres días conectado a un ordenador en Valencia, o tres días de conciertos en Benicassim. Batallas juveniles de nuestro entorno, que es para las que este soldado israelí, homologable a tantos de mis alumnos, va vestido, con sus pantalones caídos, sus calzoncillos vistos y su tatuaje.
El contexto es lo que convierte al joven israelí en soldado israelí. Ni tan siquiera la mano izquierda tiznada de rojo (sólo visible en la portada entera) nos traslada a la guerra, heridas capaces de esas tinciones pueden darse en nuestra chavalería: un golpe contra la pared del baño, porque ella no le hace caso, o una pelea contra aquellos que se mofaban en la actuación de su grupo preferido. Para daños así estamos preparados. Y, viendo al soldado israelí, comprendo que para daños mayores también: la estética no cura de nada. Vestidos de Versace, sí, pero en la batalla. Ese chico se preparó para la discoteca y, sin cambiar de estilo, se ha ido a la guerra.
La guerra es el sujeto, los calzoncillos sólo un complemento circunstancial.
No quiero convertirme en un comentarista de fotos pero esta me parece impresionante. Ese soldado israelí es un soldado israelí sólo por el contexto. El fondo le convierte en soldado. Si le hubieran recortado con photoshop, parecería sencillamente un joven extenuado, como aparecen tantos en la prensa de verano. Extenuado por llevar tres días bailando en Ibiza, o tres días conectado a un ordenador en Valencia, o tres días de conciertos en Benicassim. Batallas juveniles de nuestro entorno, que es para las que este soldado israelí, homologable a tantos de mis alumnos, va vestido, con sus pantalones caídos, sus calzoncillos vistos y su tatuaje.
El contexto es lo que convierte al joven israelí en soldado israelí. Ni tan siquiera la mano izquierda tiznada de rojo (sólo visible en la portada entera) nos traslada a la guerra, heridas capaces de esas tinciones pueden darse en nuestra chavalería: un golpe contra la pared del baño, porque ella no le hace caso, o una pelea contra aquellos que se mofaban en la actuación de su grupo preferido. Para daños así estamos preparados. Y, viendo al soldado israelí, comprendo que para daños mayores también: la estética no cura de nada. Vestidos de Versace, sí, pero en la batalla. Ese chico se preparó para la discoteca y, sin cambiar de estilo, se ha ido a la guerra.
La guerra es el sujeto, los calzoncillos sólo un complemento circunstancial.
Comentarios
Mi gran amigo Oron, que vive en Israel y es de Israel, me comentaba hace poco (por teléfono, a raíz de la salvajería contra el Líbano) que los de Hezbolá les atacaban desde los áticos de las casas civiles, parapetados tras los tendales de su ropa interior (calzón de vaquero musulmán contra slip USA, oriente contra occidente).
Desde que Raquel me tiró a la basura mis taparrabos del Eje del Bien (y me obligó a comprar ropas íntimas en el estilo más beduino), soy por la causa Palestina. Pero no olvido lo sexy de lo mínimo. Y es que, por decirlo todo, lo que realmente me importa son las bragas.
Besos
una explicación ya, por favor.
"desde Tallin"....¿?