GENERAL MENA
El penúltimo día del primer trimestre, una cuarta parte de los profesores de mi centro celebramos, en el bar del instituto, un pincheo de navidad. Sobre una mesa alargada, compuesta por varias mesas pequeñas alineadas, se colocó un mantel de papel continuo, salido de un mismo rollo. Por allí desfilaron una gran variedad de fritos congelados (croquetas, empanadillas, alguna gamba a la gabardina) y esas otras cosas más campestres que navideñas: tortilla de patata, empanada, embutido. Un menú que salía por una acidez de estómago y por 8 euros, a escote. Al final, la directora sacó a escena su único regalo, que era también nuestro único regalo, pues somos un centro de izquierdas: una botella de Moët & Chandon que, según contó, no hubo manera de que la empresa de limpieza admitiera que se rechazase (¡!). Una botella de Moët & Chandon entre veinte profesores de secundaria es algo parecido a esos conejos que se lanzan a los campos de fútbol: frágil, fugaz, bonito, descontextualizado. Lo cierto es que la irrupción de la botella abrió corazones: para muchos era la primera botella de Moët & Chandon de nuestra vida. Nos la pasamos con devoción y se la encomendamos a uno de inglés para que procediera al milagro de su multiplicación en veinte copas de vino de cristal gordo. Lo consiguió. Los aproximadamente veinte profesores de secundaria que formamos el reducido cogollo de nuestro centro ejemplar, empezamos las vacaciones saboreando champán francés. Un sorbo, eso sí.
Esta anécdota laboral es tan diminuta que no hubiera podido llegar a contarse sino hubiera sido por el contraste que le suponen las abundancias que se prodigan en la mesa del rico Opulón Antonio, funcionario público él también, pero de otra rama más productiva. Allí, gracias a su generosidad, pude saciar con creces la sed de Moët & Chandon a la que mi humilde condición laboral me tenía condenado y comprobar la verdad o la falsedad de la cuantitativa sentencia según la cual lo poco agrada y lo mucho cansa. Bebí todo el Moët & Chandon que quise y pude y no me cansó. Quedó, con todo, Moët & Chandon (adjunto foto) para las merecidas tajadas privadas del rico Opulón Antonio, pese a que él mismo había cambiado (en el Corte Inglés) algunas botellas del preciado líquido por colonia de Armani. También usé este servicio y tampoco me cansó.
Todo lo anterior son chorradas. La pregunta que interesa es: ¿y el cava? ¿dónde está el cava que ni los ricos jubilados de Madrid regalan a sus médicos? Por el cabreo que manifiestan algunos empleados públicos de una tercera rama, no sé si más o menos productiva que la educación o la medicina, pero desde luego mejor armada, mucho me temo que habría que buscar las remesas perdidas en la sede del ejército, esperando a que el resultado del estatuto obtenga el beneplácito del general Mena.
Comentarios
Para cerrar el anecdotario del cava y las navidades, en la comarca del Penedés, en las cartas de vino hasta de los lugares más cutres tienen más referencias de cava que de tinto o blanco.
Al parecer, la suspensión le deja al Sr Mena el suelto intacto. Por decir lo que dijo, cuando lo dijo y como lo dijo. Generando, desde mi punto de vista, cierta alarma social ya que hay algunos a quienes les basta un empujoncito para sacar los tanques a la calle.
Frente a ello: desde la pasada semana estamos viviendo un escándalo en Las Palmas por la acusación al Presidente de la Audiencia Provincial de "supuestos" contactos con presunto narcotraficante, etc (creo que ha salido ayer en todos los medios de difusión nacional).
Este ha sido suspendido cautelarmente hasta que se resuelva la instrucción, lo que acarrea - según palabras del presidente del TSJ Canario- una disminución sustancial del sueldo.
El general, un héroe para algunos (muchos). Un machote, vamos.
El magistrado, un proscrito para casi todos. El pobre hombre, de no ser verdad, tampoco levantará cabeza. Se le ha causado un perjuicio irreparable, pase lo que pase.
¡En realidad son tetrabric de Moet y Chandon!
(Como casi siempre nos quedamos en lo anecdótico).