TRIBULACIONES DE UN CATALÁN CRISTIANO
El día del debate sobre el plan Ibarretxe, creo que fui el español que se quedó a oír, completa, la intervención del representante de Unió Democrática ( en el Parlamento, al menos, no quedó ni el Tato). Durán Lleida interviene después de Zapatero y de Rajoy, en el momento en el que los parlamentarios abandonan el hemiciclo para ir a crear opinión entre los periodistas, que son los que importan.
A mi me encantan los de CiU. Después de una hora larga de constitucionalismo y esencias, llegan ellos y sabes que tienes un rato relajado de pactos posibles y arreglo mediante porcentajes. Aquel día fijó sus ambiciones en un 7% más. Con gente así de razonable da gusto hablar, pensé yo.
En el debate de ayer, el tema era mucho más importante para Durán Lleida, porque no se trataba del estatuto vasco, sino del catalán, del suyo. ¿Y qué hizo el bueno de Durán Lleida con esos cuarenta minutos tan importantes que el reglamento le concedía para defender desde la tribuna el estatuto de su comunidad? Los primeros diez los dedicó a explicitar su condición de católico, más aún, de político democristiano, a reconocer la autoridad del Papa Juan Pablo II y a pedir a la Conferencia Episcopal Española que le corte las alas a la cadena COPE, no por antidemocrática, sino por antievangélica.
Cómo deben estar las cosas en esa emisora para que el único democristiano reconocido en la Cámara dedique una cuarta parte de su gloria a pedir que la moderen. Y hasta qué punto saben los obispos, como los diputados que abandonan la sala, que su verdadero poder no está en tener políticos de su cuerda, sino en seguir metiendo miedo en el cuerpo a los fieles, desde el único púlpito que sí llega.
A mi me encantan los de CiU. Después de una hora larga de constitucionalismo y esencias, llegan ellos y sabes que tienes un rato relajado de pactos posibles y arreglo mediante porcentajes. Aquel día fijó sus ambiciones en un 7% más. Con gente así de razonable da gusto hablar, pensé yo.
En el debate de ayer, el tema era mucho más importante para Durán Lleida, porque no se trataba del estatuto vasco, sino del catalán, del suyo. ¿Y qué hizo el bueno de Durán Lleida con esos cuarenta minutos tan importantes que el reglamento le concedía para defender desde la tribuna el estatuto de su comunidad? Los primeros diez los dedicó a explicitar su condición de católico, más aún, de político democristiano, a reconocer la autoridad del Papa Juan Pablo II y a pedir a la Conferencia Episcopal Española que le corte las alas a la cadena COPE, no por antidemocrática, sino por antievangélica.
Cómo deben estar las cosas en esa emisora para que el único democristiano reconocido en la Cámara dedique una cuarta parte de su gloria a pedir que la moderen. Y hasta qué punto saben los obispos, como los diputados que abandonan la sala, que su verdadero poder no está en tener políticos de su cuerda, sino en seguir metiendo miedo en el cuerpo a los fieles, desde el único púlpito que sí llega.
Comentarios
"quienes incluso pedían que no se votara la Carta Magna se transfiguren en magistrados del tribunal constitucional repartiendo urbi et orbi acreditaciones de constitucionalidad". Y es que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras.